Un tigre avanza,
sigiloso y mudo,
distrayendo sus colores en las hojas secas.
Lleva en su espalda
glorias, miserias y leyendas
que rayaron su aspecto.
Negras, las marcas del tigre,
por el tizne que quedó en el alma.
Avanza danzando,
los músculos tensos
y la cara mansa.
Adivina a cada paso
el sonido de las ramas
y se agazapa.
Y el sol y el cielo le tienden,
en cada espacio del cosmos,
una cama.
El tigre está solo en medio de la maraña
y, sin querer salir, sale.
…………………………….
Por debajo de las plantas,
de las flores rojas,
de las frutas granas,
una serpiente lo espera
tensa, atenta y enrollada.
Espesa y áspera, su piel de escamas,
se abre paso al calor de la tarde.
Muda testigo de milenarios faraones,
capelos enhiestos,
guardiana de templos inefables.
Se acorta y se tensa,
zigzagueante,
buscando el tiempo del “sintemor”.
……………………………….
Esta es una historia
que termina bien,
nada sucede
de lo que siempre pasa.
El tigre extendió sus zarpas.
la serpiente se trepó
y sus ojos,
sus záfiros ojos,
descansaron.
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