El río Luján galopa hacia su madre
enjaezado de otoño.
Ocres, amarillas y rojizas,
las gemas que cayeron
se hamacan en un vaivén inagotable.
Los biguá,
mas amigos del agua que del aire,
abren sus alas negras,
desde la piedra solitaria,
amagando un abrazo húmedo
y descreído del ocio.
Las garzas blancas,
alargadas como cirros,
presagian que el tiempo bueno
se rebelará contra su destino
y aquel bagrecito barrero
que nadaba en el bajo fondo,
hoy es prenda de victoria en su pico.
Caen las gotas de rocío vespertino
y empapan el jardín de Marcos Sastre,
dejando pausados, brillantes y visibles
los intrincados subterfugios de las arañas.
Madreselva va,
María Madre llega;
las lanchas isleñas,
las casas frutales flotantes,
los últimos refugios de la madera,
imbricadas como las escamas,
nacaradas y preciosas,
de las bogas y las tarariras.
Las gallinetas amagan
un paso que no dan
y el pico equilibrista
busca en la hierba enhiesta
zapateando los tréboles
devastando la tierra.
La noche se empecina en el invierno,
el cielo se tapa de tules de niebla
mientras el Carapachay
y el Caraguatá
se hermanan en el Paraná.
Ya creció.
Ahora el Luján se escapa
de la madre del Plata,
va viniendo con fuerza y arrastra
las miseria y las basuras
que el hombre le hemos dado.
Cuando sea Guazú, no podrán
amansar su pertinaz embate
y desde los arroyos,
pequeños dedos hincados en el barro,
un desfile de sapos y cangrejos
bailaran la chamarra,
cantarán la guaraña,
y vendrán a buscarnos
a sacarnos de su casa.
Nunca nadie jamás soñó
que se rebelasen.
Lo bien que hacen.
1 comentario:
siempre tan lindas tus palabras.
te mando un beso, félix.
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