miércoles, 10 de junio de 2009

EL TEMPLE ARGENTINO

El río Luján galopa hacia su madre

enjaezado de otoño.

Ocres, amarillas y rojizas,

las gemas que cayeron

se hamacan en un vaivén inagotable.

Los biguá,

mas amigos del agua que del aire,

abren sus alas negras,

desde la piedra solitaria,

amagando un abrazo húmedo

y descreído del ocio.

Las garzas blancas,

alargadas como cirros,

presagian que el tiempo bueno

se rebelará contra su destino

y aquel bagrecito barrero

que nadaba en el bajo fondo,

hoy es prenda de victoria en su pico.

Caen las gotas de rocío vespertino

y empapan el jardín de Marcos Sastre,

dejando pausados, brillantes y visibles

los intrincados subterfugios de las arañas.

Madreselva va,

María Madre llega;

las lanchas isleñas,

las casas frutales flotantes,

los últimos refugios de la madera,

imbricadas como las escamas,

nacaradas y preciosas,

de las bogas y las tarariras.

Las gallinetas amagan

un paso que no dan

y el pico equilibrista

busca en la hierba enhiesta

zapateando los tréboles

devastando la tierra.

La noche se empecina en el invierno,

el cielo se tapa de tules de niebla

mientras el Carapachay

y el Caraguatá

se hermanan en el Paraná.

Ya creció.

Ahora el Luján se escapa

de la madre del Plata,

va viniendo con fuerza y arrastra

las miseria y las basuras

que el hombre le hemos dado.

Cuando sea Guazú, no podrán

amansar su pertinaz embate

y desde los arroyos,

pequeños dedos hincados en el barro,

un desfile de sapos y cangrejos

bailaran la chamarra,

cantarán la guaraña,

y vendrán a buscarnos

a sacarnos de su casa.

Nunca nadie jamás soñó

que se rebelasen.

Lo bien que hacen.

1 comentario:

Anónimo dijo...

siempre tan lindas tus palabras.
te mando un beso, félix.