Me voy,
haciendo un cuenco con mis manos,
para trasladar mi historia
hasta el confín del Cosmos.
Viajo,
por distancias fantasmales,
enarbolando
luciérnagas azules.
Me inundo,
desde los ojos,
el pelo anonadado,
para andar,
desde el corazón bermejo
hasta la mente blanca.
Descanso,
en superficies inestimables
con mariposas verdes en los dedos.
Me tiro,
hacia el abismo perfecto
para estrellarme
en la estética figura de su pecho.
Rondo,
las estrellas lejanas,
que me miran
y me dejan de mirar,
para sentir su luz,
espada y filo helados.
Arranco
frutos dorados del árbol aquel
y nacen,
una y otra y otra vez.
Despierto.
Los ojos apretados
bajo la frente herida.
En sus surcos,
germina la semilla que sembramos anoche.
Su flor se parece
al descansado aroma de tus pasos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario