Entre las manos eternas
que me acariciaron,
pero no me retuvieron.
Desde los ojos firmes
que me protegieron,
pero nunca me miraron.
Contra los muros altos
que nos separaron
y que ya no existen.
Para detener
los vasos de sangre,
quebrados y perdidos
en el río gris del ayer.
En medio de los diques
que contuvieron hasta el oscurantismo
el mar de mis ojos.
Ante todo el mundo
que mira sorprendido.
Por el pozo de nada
de mi alma desecha.
Por tu tremenda sencillez
de olivo milenario
y destrozado.
A tu corazón,
rendido,
me entrego y descanso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario