martes, 3 de marzo de 2009

EL AURELIO

La noche y su negrura

contienen

el blanco parpadeo matutino.

La obertura del trino de calandrias

se acompasa

con la chicharra vespertina.

Surge el fulgurante verde del pasto.

El ganado, quieto y expectante,

con miradas lejanas,

comienza el cansino trajinar de otro día.

Se enciende la lámpara

detrás del vidrio empañado de bostezos

y al abrirse la casa,

de detrás de la puerta que nada guarda,

se asoma el perfil

seguro y recto del Aurelio.

Se sienta en el tronco

al lado del hueco

desde donde el fuego calienta su cuerpo.

Mira hacia arriba para ver el cielo.

Se santigua lento, como despidiéndose

y tomando su mate

se volvió hacia adentro.

1 comentario:

Eduardo Arcuri Márquez dijo...

Félix, nuevamente este poema confirma tu "ojo" sanguíneo alimentado por ese corazón rebelde que muy pocos conocen.
Marta y Eduardo