lunes, 6 de abril de 2009

PERFUME DE INCIENSO Y ARSÉNICO

El sudor se espanta del Sol.

Un melancólico megalómano

se encaramó en el palio

y la metástasis de las vértebras

encorvan su espalda

ganada por los años.

En los pasillos marmóreos,

desolados,

los capelos, las tiaras,

las mitras y los báculos

se esconden,

avergonzados,

detrás de los incunables,

en los alineados dormitorios

donde los tomos descansan su sapiencia.

Los bordes delineados de sus ojos,

entre capas sofisticadas

de condenas maquilladas,

quieren evitar impredecibles reacciones,

y se conectan a una cara imperturbable.

Los niños desahuciados, huérfanos, hinchados

se dejan de lado.

Los pueblos desangrados, postrados, transgredidos

se olvidan al acaso.

Los generaciones de esclavos engrillados, vendidos y acabados,

se ocultan en las tinieblas.

Los ancianos desdentados, hambrientos y exhaustos,

se desinfectan.

Las caras desencajadas de los enfermos,

tampoco importan.

Los hombres y las mujeres explotados,

desaparecen de sus chozas.

El negocio con la pobreza,

los jóvenes triturados por la droga

que comercian los adultos,

no importa tanto.

En realidad, sólo le importa,

cómo usamos las bragas y las braguetas.

Miguel Ángel se suicidó hace unos días,

San Pedro profundiza el hueco de su tumba,

Judith, Ruth y Myriam se ausentan y se arrodillan.

Sólo están de fiesta los modistos, los zapateros

y los superficiales.

Las marismas rodean una plaza

y Belcebú se pasea entre sus columnas.

Hay un fuerte olor a esencias francesas

y arsénico

donde sólo debe haber

perfumes de incienso.

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