Recarga sus ojos
para otro llanto,
vacila en pequeños
suspiros para adentro.
Piensa
y cerrando los ojos,
pierde dos lágrimas
de atizado fuego transparente.
Sus mejillas
son claveles rojos
y las manos se hacen maderos,
inalterables,
crispadas.
Tiene miedo.
El lamento acompasa la escena con quejidos.
No desea morir.
El trabajo inacabado de los ojos
es la excusa.
Y ha de hacerlo, inevitablemente.
Yo, los brazos cruzados,
los ojos desbordantes
y mi máscara partida
en lúgubres pedazos.
Tengo el dolor de no entender.
Su cuerpo,
sima de muerte.
Hoy ausencia,
ayer vida.
Hoy silencio,
ayer recreo infantil de las palabras.
Hoy oscuridad,
ayer amorío sinfín de los colores.
Hoy piedra,
ayer caricias.
A pesar de todo, deseo que tus ojos
nos ubiquen en el tiempo,
en el espacio
hasta que sólo sean
dos estrellas vencidas
y un ocaso.
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