Desde el dolor-placer del parto
hasta el placer-dolor de crecer,
lloramos acompasadamente,
con la risa histérica
que provoca lo vivido.
Se oscurecen los glaciares inmensos
y se abren, fríos y azules,
por debajo de nuestro devenir.
Las porciones de vacío,
que fecundan los deseos,
astillan, implacables,
nuestros ramosos meandros.
Somos pedazos de fuego transmutado.
(Pienso y dejo correr el tiempo)
Acabo de guardar las fotos
ahumadas, verdes, grises
que memoran eso que ya no somos.
Lo que pasó, pasó.
El esfuerzo por volver
desde aquellas distancias
y el vértigo por lo futuro,
se mezclan, cándidos y puros
con la plegaria:
¡Escucha mis palabras,
atiende mis gemidos!
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