martes, 11 de noviembre de 2008

SALMO DESECHO DOS

Cuando caminan por los Paseos,
de la Infanta, de la Concha Espina
o de los Campos Elíseos,
no pueden mirar de frente
el resplandor enjuto, cadavérico,
de las bombas que florecen sobre las casas.
No estamos en el catorce, ni en el cuarenta,
no es Corea, no es
Vietnam,
ni el Golfo y ni es afuera.
Es esta pequeña calle,
este mínimo departamento,
en la ínfima sala de este único hábitat.
Es la explosiva consecuencia de lo que opino,
de lo que pienso,
de lo que digo,
de aquello que defiendo
y defenderé.
Cuando otros, como yo,
se encuentran/perdidos
en las azoteas de los hospitales
se arremangan los
coágulos de sangre
de sus vestidos y se preguntan:
¿Porqué se amotinan las naciones
y los pueblos hacen tantos proyectos?
Para qué seguir con las manos
repletas de trapos de colores
a los que llaman banderas.
Si pudiéramos,
si quisiéramos
enarbolarnos juntos,
cesarían las bombas.

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