De sus pies le nacen las raíces
profundas y ahondadas por los años.
De sus manos se escapan los gorriones
que acariciaron el sueño de lo amado.
De sus ojos surgen jubilosas campanadas
de plata y verde agua, con azules claros.
En su centro palpita la energía
que exalta su figura en lo más alto.
En la sangre, que crepita tan rabiosa,
le crecen manantiales apagados.
La música que escuchan sus oídos
se pierde rebotando hacia abajo.
Su cuerpo esta blanqueado, como un muro,
y se pierde,
se pierde entre las rocas grises.
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