lunes, 22 de diciembre de 2008

LA MORDAZA

Mi generación sufrió muchas cárceles. Unas de rejas y otras peores.

Son líneas que parten desde abajo

y llegan hasta el techo.

Otras las parten

haciendo un sinfín de cruces.

Son de hierro.

Estoy preso.

Saco los brazos entre ellas

y mis manos se alimentan

de un aire distinto

que está al otro lado de la celda.

Pequeños adelantos de la libertad

que algún día tendré.


Es el techo y es el piso

y mil pasos,

un segundo

y otros tantos,

un minuto,

un suspiro,

otros pasos

y el tiempo que no pasa

tan rápido como yo quisiera

y necesito.

Una vuelta y otra y otra más.


Son líneas que parten desde abajo

y llegan hasta el techo.

Se hacen pequeñas desde donde

me encuentro.

Ya soy libre, amo tanto

y ya soy viejo.

Lo que ellos perdonaron

no lo pudo perdonar el Tiempo.

Las rejas se clavaron en mi carne

y las cruces encorvaron mis hombros.

Es el techo y es el piso

y mil pasos,

un segundo

y otros tantos,

un minuto,

un suspiro,

otros pasos

y el tiempo que no pasa

tan rápido como yo quisiera

y necesito.

Una vuelta y otra y otra más.


La débil luz de cada día

empequeñeció los ojos

hasta detrás de los huesos.

Se abatieron las palomas de mis manos.

ya no saben

dar de comer a los gorriones.

No pueden aplaudir estrenos.

Son dos aves muertas.

La tristeza no quiere dejarme solo,

se acostumbró a estar tan cerca.

Se me adosó como los lunares y las canas,

los vicios y el tinte amarillo de los dedos.

Es el techo y es el piso

y mil pasos,

un segundo

y otros tantos,

un minuto,

un suspiro,

otros pasos

y el tiempo que no pasa

tan rápido como yo quisiera

y necesito.

Una vuelta y otra y otra más.

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