No tengo palabras que describan
el desprecio.
Ni siquiera
un grito ahogado en rabia.
Sólo el corazón se tumba y se desboca
y escribe con sangre de una arteria airada:
“nos traicionaron”.
Y me hallo
como una Madonna violada,
un niño aterido,
un Don Juan agonizante.
Y me hallo
como un paisaje sin contrastes,
ni sombras debajo de los árboles,
un marco vacío de retrato,
un ataúd de cedro, enmohecido,
un piano dormitando, en silencio.
Me hallo mal en este cementerio
de amistades falsas
y de palmadas como estoques, llanto
y puñales de envidia.
Me voy a otro campo.
Sembraré trigo.
Esperaré.
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