No se verán más las flores
asomadas en las matas, coloridas.
No se verán más los peces,
notas claras en el agua limpia.
No se verán más los nidos
de los pájaros
ni las luciérnagas.
No se verán más las lunas,
gigantescos bocados vespertinos.
No se verán más las nubes,
cuerpecitos flotantes de Platero.
No se verán más las olas,
pedigüeñas eternas de la orilla.
Ni a los niños jugando a la rayuela.
Ni a los jóvenes amándose en el parque.
Ni a los que trabajan haciendo
Ni a los viejos repletos de recuerdos.
No se verán más los hijos ni los padres.
No se verán más los nietos, los abuelos.
No volarán más barriletes por el cielo;
ni habrá barquitos de papel de diario,
ni ríos que los acunen.
Cuando suene el ruido y aparezca la luz,
esa luz que apaga y no alumbra,
no se verá más.
La muerte es ciega.
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